Misterios VI. (Jack el Destripador. Un asesino de leyenda VII)

Por Gabriel Pombo

¿Podría una mujer haber sido Jack el Destripador?

Elizabeth Williams Elizabeth "Lizzie" Williams, esposa del afamado médico galés de la casa real británica John Williams, es la última candidata presentada para ocupar la esquiva identidad de Jack the Ripper en su versión femenina. 
Así se sostiene en una obra aparecida en el año 2012 donde, con peregrinos argumentos, se la postula como asesina de las prostitutas mutiladas durante el otoño europeo de 1888. 

Se pretende que Lizzie disponía de algunos esenciales conocimientos de anatomía y disección gracias a ser cónyuge de un connotado cirujano, y que sus móviles para asesinar y amputar fincaban en el cerril odio que sentía hacia las meretrices, porque éstas podían concebir hijos mientras que ella era infértil. Asimismo, se sugiere que la víctima Mary Jane Kelly era amante de su esposo, etc... 

Vale decir, todas las alegaciones utilizadas a fin de fundar la responsabilidad de esta señora carecen de cualquier base, devienen disparatadas, y en verdad cuesta creer que la formulación hubiera circulado con tanta insistencia en la prensa y a través de internet, a despecho de tratarse de una hipótesis tan absurda. 

Debe subrayarse, no obstante, que no resulta novedoso culpar a una mujer de haber sido el victimario serial designado "Jack el Destripador". Estas conjeturas siempre han sido estrafalarias, y en este caso la proposición no se volvió diferente de otras antiguas nominaciones que también fueron ridículas. 

Viendo la fotografía de la cónyuge del galeno John William, y advirtiendo su frágil constitución, bastaría con ello para descartarla cómo plausible homicida. Pues si algo caracterizó al brutal asesino en cuestión es que debía tratarse de una persona que gozaba de notable vitalidad y gran enjundia muscular.

Cabe recordar que, precisamente, el tema de la fortaleza física desplegada por quien perpetró los ataques conformó uno de los débiles argumentos aducidos a fin de culpar —años después de su ejecución— a una joven británica contemporánea a los crímenes del Ripper, llamada Mary Eleanor Pearcey.

Esta muy peligrosa fémina consumó sus homicidios en el año 1890, llevando a término el despiadado acuchillamiento de la esposa y de la hija del hombre que por entonces era su amante. El 23 de diciembre de aquel año, Mrs. Pearcey, contando a la sazón con sólo veinticuatro años, subiría al cadalso de la prisión de Newgate expiando la culpa impuesta por sus violentos crímenes. Las fotografías que de ella se conservan la retratan como una chica delgada, de rostro poco agraciado y hombruno, en el cual resalta una amplia y prominente dentadura. 

Se llevó a la tumba varios secretos. Entre éstos, el motivo que la impulsó a realizar un críptico mensaje que, en periódicos de Madrid, España, su abogado hiciera publicar en cumplimiento de la última voluntad manifestada por su defendida. 
El texto de dicho comunicado mentaba: "Para M.E.C.P último pensamiento de M.E.W. No te he traicionado". 

Esta extraña acción de la condenada a muerte se interpretó como un aviso dejado a un cómplice, haciéndole saber que —pese a las presiones recibidas— mantuvo la boca cerrada, y no delató ante la policía la participación de aquél en los asesinatos que la enviaron a la horca. 

Nunca se acusó formalmente durante su proceso penal a Mary Eleanor Pearcey, la asesina de la época victoriana, de haber sido la pretensa criminal destripadora. Su postulación para tan oscuro cargo exclusivamente se debió a especulaciones ulteriores a su trágico deceso. 

Muy escasos puntos en común guardaba la personalidad de aquella malograda joven con las características personales, y con el modus operandi ultimador, que cabría atribuirle a la ficticia Jill the Ripper. Entre otras razones, la asesina a la cual venimos refiriendo no era una obstetra, ni mantenía vinculación con la profesión médica. Sus delitos estuvieron, puntual y claramente, inspirados en los celos, y en el ciego anhelo de quedarse con el amante de su víctima, eliminando de paso a la hija de aquella para no dejar potenciales testigos con vida. 

Dicho rasgo la coloca dentro del elenco de victimarios denominados "spree killers" —homicidas itinerantes u ocasionales—; categoría diversa a la de los asesinos seriales a la cual, sin la menor vacilación, pertenecía el metódico ultimador de mujeres que operó en el distrito de Whitechapel. 

Al ser consultado con respecto a su opinión de quién podría ser el asesino, Arthur Conan Doyle, el inmortal creador de Sherlock Holmes, expresó creer que una mujer podía ser la causante de las muertes.

Tan sólo una mujer representaría la solución apropiada para una sumatoria de preguntas que se formularon las desconcertadas autoridades policiales de entonces, tales como: 
¿Qué clase de persona habría podido deambular sola, sin despertar sospechas en las sórdidas noches del este de Londres, cuando se llevaron a cabo los crímenes? 
¿Qué individuo podía haber transitado aquellas callejuelas con las ropas manchadas de sangre y, aun así, haber pasado inadvertido? 
¿Quién poseía conocimientos médicos, de entidad tal, para haber infligido las extensas mutilaciones apreciables en los cadáveres? 
¿Qué sujeto iría a disponer de una sólida coartada, en el caso de ser visto junto a las futuras difuntas? 

La postulante perfecta a fin de llenar esos requerimientos —además de tratarse de una fémina— debía ejercer la profesión de partera o, cuando menos, dedicarse al más modesto oficio de comadrona. Probablemente, devenía conocida por las víctimas al haberle practicado abortos a algunas de aquellas, o bien a otras compañeras de oficio con las cuales mantenían trato. Esta circunstancia explicaría la actitud desprevenida adoptada por éstas en los instantes precedentes al fatal ataque, a pesar de que debían estar alertadas de que un sádico acechaba a la caza de meretrices. La criminal en cuestión debía poseer la fuerza muscular suficiente para someter a sus agredidas dejándolas indefensas, mediante una enérgica maniobra de estrangulamiento.

Al tratarse de una partera, era dable imaginarla haciendo gala de la destreza y pericia imprescindibles para inferir las mutilaciones a los cadáveres de aquellas desafortunadas. Las disecciones ejercitadas en los cuerpos daban la impresión de haber sido ocasionadas por una mano que dominaba rudimentos sobre anatomía humana; extremo compatible con la sapiencia que correspondía aguardar en una obstetra. 

En favor de la hipótesis de una partera o comadrona asesina milita la creencia generalizada de que el agresor forzosamente tenía que ser un hombre; razón por la cual una fémina podía andar libremente por los barrios bajos londinenses sin despertar ningún resquemor. 

A lo sumo, cabía esperar de una señora deambulando sola de noche por tan peligrosos arrabales que la desgracia le recayera, y terminara convertida en una nueva presa humana de aquel maníaco. Pero a nadie jamás se le iría a ocurrir que, en realidad, la ejecutora de las prostitutas era ella. 

Está acreditado que Jack el Destripador no violaba a sus víctimas. Las autopsias son concluyentes en que no se hallaron fluidos seminales, lo cual indujo a presumir que el victimario podría ser un varón impotente. Pero, claro está, no se iría a postular —pues devenía inimaginable— la solución que más obviamente explicaba la ausencia de actividad sexual sobre las extintas. 

Y tal respuesta, ante la carencia de muestras de semen, era que no podía de modo alguno haberlo, en tanto el verdugo no era —por más increíble que pareciera— un hombre, sino una mujer. Tal resulta, en esencia, la teoría de "Jill the Ripper"

Desde el mundo de la ficción, se propuso a varias asesinas para el papel de haber sido el psicópata del East End. Uno de los libros más destacados se editó en 1939, y tuvo por autor al periodista australiano William Stewart. Su título fue: "Jack el Destripador: Una nueva teoría". 

En la trama de esa obra, la culpable resultaba una partera poseedora de tremenda potencia física. Esta comadrona era muy torpe en la práctica de su oficio, y sus intervenciones solían concluir trágicamente con el óbito de sus pacientes. Para cubrir las huellas de sus errores letales, la obstetra comenzó a mutilar los cuerpos sin vida, fingiendo que se trataba de los bestiales homicidios cometidos por un loco. La prensa, en su afán de vender periódicos, fabricó el mito de "Jack el Destripador", lo cual fue aprovechado por la responsable —quien seguía matando involuntariamente a sucesivas clientas— a fin de desviar de sí las sospechas y la investigación policial. 

Dos años antes —en 1937— se había publicado el libro de Edwind Woodhall: "Cuando en Londres caminaba el terror". Aquí una ficticia modista rusa (Olga Tchkersoff ), de sobrehumana fortaleza, era quién en las brumosas noches se vestía de hombre y salía a asesinar. 

Y es que Olga estaba furiosa con las rameras por haber inducido en el viejo oficio a su inocente hermana menor, que murió de septicemia tras un aborto mal practicado. Mary Jane Kelly, atento a esta versión, fue la inductora que guio por el mal sendero a la hermana de la modista. Ello provocó que la desquiciada vengadora desfigurase con mayor saña el cuerpo de aquella desventurada. 

Tiempo más tarde, en notas editadas por agosto de 1972 en el periódico The Sun, el ex policía Arthur Butler insistió con la teoría de William Stewart aportando mayores presuntos datos. Según Butler, la innominada partera contaba con un cómplice masculino que fue el encargado de consumar los homicidios. De acuerdo con esta proposición, además de mediar errores abortivos que determinaron los fallecimientos, al menos dos de las presas humanas perecieron a raíz del encarnizamiento de ese compinche. 

Se pretendió que Emma Elizabeth Smith chantajeaba a la partera, amenazándola con denunciarla a las autoridades si no le pagaba una gruesa suma de dinero a cambio de su silencio. Las prácticas abortivas eran castigadas severamente en la legislación inglesa, y la desesperación por evitar una denuncia, que suponía muchos años de cárcel, indujo a la amenazada obstetra a fraguar la muerte de la chantajista. Su amigo la remató, luego de que entre ambos la apalearan con ferocidad. Le infligieron a la víctima terribles heridas —por las cuales fue internada el lunes 3 de abril de 1888 en el hospital de Whitechapel— provocándole una agonía que al día siguiente la llevó a la tumba. 

Igual desgracia recayó el 7 de agosto de ese año sobre Martha Tabram, quien resultó ultimada mediante múltiples cuchilladas por el sanguinario secuaz de la obstetra. La razón argüida aquí fue que Martha condujo a una joven compañera de oficio, de nombre Rossie, para que se le ejercitase un aborto. La chica feneció presa de la torpeza ejecutiva de la comadrona. Como Tabram los importunaba, con sus insistentes preguntas acerca del paradero de su amiga, decidieron silenciarla. 

Estos homicidios se consideraron labor de un criminal demente y salvaje.
El "Asesino de Whitechapel", al cual más adelante se bautizaría "Jack el Destripador" cuando una retahíla de errores abortivos precipitó el fin de las victimas canónicas, desde Mary Ann Nichols hasta Mary Jane Kelly. Las amputaciones post mórtem infligidas a los organismos tuvieron por finalidad hacer creer que aquellos óbitos, fruto de fallidos abortos, devenían la abominable faena de un ejecutor de prostitutas. 

En fin: tal cual cabe advertir tras este repaso, las muestras de fantasía literaria donde se endilgó a mujeres haber sido Jack the Ripper han recorrido un azaroso camino, y no parecería que el libro en donde se responsabiliza a la esposa del médico John Williams termine siendo la última perla de este largo collar.

Comentarios

  1. Muy interesante la hipótesis y el desarrollo que podría resumirse con un porque no?
    Magnifico trabajo. Me gusto conocer a la dama...jejej...a través de las letras, claro.

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