Misterios IV. (Jack el Destripador. Un asesino de leyenda VI)

Por Gabriel Pombo

Enigmas en la muerte de Mary Jane Kelly

Thomas Bowyer, conocido como "Indian Harry", por tratarse de un militar retirado del ejército inglés de la India, mejoraba los ingresos de su magra pensión trabajando como cobrador al servicio de John McCarthy, dueño de unos miserables cuartuchos en el edificio llamado Miller´s Court, cuyos ocupantes en su mayoría eran mujeres que se ganaban la vida ejerciendo la prostitución. 

Una de aquellas desafortunadas era Mary Jane Kelly, joven irlandesa pelirroja de venticinco años que rentaba la habitación número 13. 

En la mañana del 9 de noviembre de 1888 el casero mandó a su dependiente a que fuese hasta aquella covacha para tratar de cobrar la renta que la chica adeudaba. Afuera se oía el jolgorio de un día festivo para los londinenses, en el cual se celebraba la fiesta del Lord Mayor, título que recibe en el Reino Unido el Alcalde de Londres, York y otras ciudades importantes del país. 

Bowyer llamó varias veces a la puerta. Como no obtuvo respuesta se dirigió hacia una ventana lateral que él sabía tenía una rotura. 
Cuidando de no lastimarse, introdujo su mano a través del hueco del vidrio y descorrió la cortina para escudriñar hacia el interior. Lo que vio le hizo proferir un grito de horror. 

Sobre la cama empapada en sangre yacía el destrozado cuerpo de la desdichada inquilina. Su estómago lucía abierto en canal, y sus órganos internos se amontonaban en torno suyo, cual una masa informe, repugnante y sanguinolenta. 

El cuadro era dantesco y el cadáver estaba irreconocible. Posteriormente, el ex novio de la víctima, el jornalero Joseph Barnett, aseguró en la morgue que se trataba sin duda de Mary Jane, pues la reconoció a causa de su cabellera rojiza, y por sus ojos y orejas, que era lo único que quedó intacto en aquel rostro desfigurado. 

Lleno de espanto, Indian Harry volvió corriendo al bazar de su patrón y le comunicó sobre el terrible descubrimiento. El arrendador fue junto con su empleado a Miller´s Court y comprobó la escena mirando también él a través de la hendija. Llamaron a la policía, y pronto acudieron los inspectores Walter Beck y Frederick Abberline, y casi al mismo tiempo el médico forense George Bagster Philips. 

¡Parecía más la obra de un demonio que la de un hombre!, exclamaría más tarde en los estrados un conmocionado John McCarthy, al deponer en la encuesta judicial instruida por motivo de ese crimen.
 Así dejaba constancia de la tremenda impresión que le produjo el monstruoso hallazgo, que estremeció incluso a los endurecidos agentes que concurrieron a aquella tétrica habitación. 

No cabe vacilar que la joven y bella irlandesa pelirroja de ojos azules conocida por los motes de "Ginger", "Fair Emma" o "Jeannette" Kelly resulta la víctima de Jack the Ripper cuya muerte arroja mayores incógnitas. 

El 8 de noviembre de 1888, penúltimo día en la existencia de esta mujer, su casi adolescente vecina Lizzie Albroock acudió hasta su pieza a visitarla, y allí emprendieron una animada plática que fue interrumpida bruscamente por Mary, quien le aconsejó a su oyente: 
"Hagas lo que hagas, no termines como yo", palabras sombrías y premonitorias si las hay. 

Entre la noche del 8 y la madrugada del 9 de noviembre, Mary Jane Kelly fue vista mientras era abordada por hombres, cuando menos, en dos oportunidades. 
La testigo del primer avistamiento fue la viuda Mary Ann Cox, una prostituta de treinta y un años que vivía en la pensión de Miller´s Court. 

Pero posiblemente el más trascendente testigo que la habría observado en compañía masculina, horas previas a su óbito, lo constituyó un individuo llamado George Hutchinson. Se presentó tres días después del crimen, el  12 de noviembre, en la estación de policía de la calle Comercial, y su inicial deposición fue recogida por el sargento de guardia Edward Badham. 

Este informante, por medio de esa tardía denuncia, declaró haber visto a la chica caminando asida del brazo de un cliente muy peculiar. El deponente describió con minucia el aspecto de aquel sujeto, a quien calificó como "extranjero, posiblemente judío"

Tan interesante pareció su testimonio que se llamó al inspector Frederick Abberline para interrogarlo. El detective aseguró en un reportaje de prensa que aquellas declaraciones le parecieron veraces y muy sugestivas. Señaló en concreto: 
«Lo he interrogado esta tarde y tengo la opinión de que su declaración es verdadera. Él me informó que en ocasiones le había dado unos chelines a la fallecida y que la conocía desde hacía tres años. También me dijo que le sorprendió que el acompañante de Kelly fuera un hombre tan bien vestido.» 
Si damos crédito a la especie que a la policía aportó el testificante, por aquel tiempo se alojaba en el hogar Victoria de la calle Comercial y regresaba de Romford, en Essex, cuando advirtió cómo un individuo se personaba a la muchacha que él conocía por el mote de “Ginger”. Se trataba, a todas luces, de un posible cliente que requería los servicios de la atrayente ramera. 

De acuerdo se conjetura, el mismo George también resultaba ser uno de los clientes habituales de dicha joven. Declaró que hacia las 2 de la madrugada  del día 9 de noviembre, justo antes de arribar a la calle Flower and Dean se encontró con Marie Jeannette Kelly, la mujer asesinada. Eran amigos o, cuando menos, tenían mucha confianza entre sí. De otra forma no se explica que ella le preguntara si tenía algo de dinero para prestarle, de conformidad reportó Hutchinson. Él estaba sin un penique, y así se lo dijo. Ella le contestó que debía conseguir dinero para pagar la renta y prosiguió su camino. 

En la denuncia se relata de qué modo un sujeto que venía transitando en dirección contraria a la de la joven le dio un golpecito sobre el hombro y le susurró al oído unas palabras que la hicieron echarse a reír. Tras esto, el denunciante habría escuchado que ella le decía: “De acuerdo”, a lo cual el presunto cliente respondió: “Saldrás ganando lo que ya te he dicho”
Acto seguido, le acomodó su brazo derecho por encima de los hombros y marcharon hacia a la pensión de Miller´s Court. 

En la mano izquierda el sospechoso aferraba: “Una especie de paquete sujetado por una especie de correa”, atento indicó con lenguaje redundante el testigo; quien añadió: “Yo estaba parado bajo la farola de la taberna Queen´s Head y me quedé mirándolo”. 

La descripción suministrada prosigue dando cuenta de que el acompañante de Mary era un hombre de cabellos negros y con apariencia de extranjero, posiblemente un judío. En lo referente a su indumentaria, iba vestido con un gabán largo de color oscuro con cuello y puños ribeteados en piel de astracán, su chaqueta y sus pantalones eran de tono también sombrío, usaba camisa de cuello blanco y corbata negra. 

También portaba un sombrero de fieltro opaco, el cual llevaba tan hundido sobre la frente que no permitía observarle con claridad el rostro. Calzaba polainas oscuras con botones claros sobre zapatos abotonados. Pendía de su chaqueta un reloj de bolsillo asido por una gruesa cadena de oro que traía engarzado un ostentoso sello con una piedra de color rojo. Un par de finos guantes de cabritilla enfundaban sus manos completando su elegante atuendo. En cuanto a su estatura, ésta oscilaba en torno al metro setenta, su edad entre los treinta y cuatro y los treinta y cinco años, su tez era de tonalidad clara tirando a pálida, y lucía un afinado bigote. 

¿Por qué razón demoró tres días George Hutchinson en personarse a la policía y radicar su denuncia? Este atraso indujo a especular que tal vez él era el homicida, y que se tomó ese tiempo para buscarse una coartada. De acuerdo sugieren algunos escritores, este individuo efectivamente era Jack el Destripador, y asesinó a Mary por frustración amorosa. Aquella noche trágica se presentó ante la chica; pues al enterarse que ésta había roto la relación con su concubino creyó que su oportunidad había al fin llegado. 

Esa ocasión requirió los servicios de la mujer como un cliente más; pero una vez dentro de la pieza, le manifestó su amor proponiéndole que se fuera a vivir con él. La muchacha lo despreció. Sobrevino una agria pelea y, enardecido de despecho, la estranguló previo a inferir las salvajes mutilaciones en las cuales esta vez, por el odio desatado, estaba ausente la precisión ginecológica que caracterizó al resto de la matanza del Ripper. 

Una vez repuesto del éxtasis vesánico que lo invadiese comprendió que se había arriesgado en demasía esa vez. Temió que lo hubiesen visto ingresar junto con su víctima a la habitación del crimen, y salir después ensangrentado. El asesino necesitaba distraer la atención antes de que la policía lo detectara sirviéndose de las descripciones que, a no dudar, irían a suministrar quienes lo sorprendieron junto a Kelly aquella madrugada. 

Esgrimió la historia de haber observado a la occisa abordada por un extranjero rico. Sabía que de ese modo las miradas apuntarían a un hebreo, y la xenofobia que desde la acusación contra "Mandil de Cuero" –John Pizer– se venía desatando haría el resto. No desconfiarían de que un  decente trabajador inglés como él era el verdadero responsable de la masacre. 

Sin embargo, la conjetura donde se lo acusa no parecería contar con base sólida; y lo cierto es que obra prueba en apoyo de las afirmaciones de este informante. La versión de aquel hombre fue convalidada por los dichos de la vecina Sarah Lewis. Esta fémina, tanto en la encuesta judicial como en deposiciones formuladas en los periódicos, informó haber concurrido a Miller´s Court entre las 2 y las 3 de la madrugada de la noche fatídica. Al ingresar contempló a un tipo sospechoso, cuya fisonomía coincidía con la de Hutchinson, rondando por la entrada del patio de aquel edificio. 

La joven Sarah, de veintitrés años, alegó que había reñido con su esposo –luego se supo que era su concubino del cual ya tenía un hijo y otro venía en camino, pues estaba embarazada de cinco meses por entonces–, y haber ido a pernoctar al hogar de una familia amiga que allí residía. La dama también contó haber escuchado, cerca de las 4 de esa madrugada, el grito de "¡asesinato!" prorrumpido por una voz femenina; pero adujo que no se molestó en salir del apartamento a verificar de dónde procedía el llamado, debido a que tales barullos eran frecuentes por allí, y porque no volvió a oír nada más. 

Y no sólo este presunto amigo y cliente sería reputado sospechoso de haber sido el victimario. 
El último compañero sentimental de la finada también fue objeto de una hipótesis inculpatoria desarrollada décadas más tarde.

Joseph Barnett tenía treinta años, y estaba cesado de su trabajo habitual cuando fue brutalmente masacrada su ex novia Mary Jane Kelly, ese viernes 9 de noviembre de 1888. Su actividad usual consistía en trabajar como changador en el mercado de pescado de Billinsgate, aunque ocasionalmente laboraba de peón en la construcción. 

Fue el último concubino de la joven y sensual irlandesa conocida como "Marie Jeannette", "Fair Emma", "Ginger", y por varios otros seudónimos; y hasta escasos días precedentes a la tragedia compartió con ella la minúscula habitación número 13 del edificio de Miller´s Court, situado frente al número 26 de la calle Dorset. 

El 30 de octubre de 1888 se había separado de la chica, tras protagonizar una violenta pelea en cuyo transcurso los airados amantes se agredieron lanzándose con cuanto objeto contundente tuvieron a mano y, de resultas de tal estropicio, se rompió el vidrio de la ventana contigua a la puerta que daba ingreso al modesto alojamiento.  

Al parecer, mientras el hombre se hallaba con empleo, ayudaba a la manutención de la muchacha, y ésta no ejercía la prostitución ni se alcoholizaba durante esos intervalos. El problema radicaba en que Joe solía estar desocupado, situación que precipitaba las fricciones entre ambos provocando que, acuciada por la necesidad, ella volviera a vender su cuerpo, recorriendo las callejuelas del Este de Londres en busca de clientes. 

La realidad era que la pelirroja no conocía otra forma de ganarse la vida para afrontar el pago de la renta y mantenerse, y aún dedicada a su profesión las ganancias obtenidas no le alcanzaban para saldar sus cuentas. Tanto era así que a la fecha de su muerte, su retraso en el abono de los arriendos ascendía a una libra y nueve chelines. 

Ese adeudo determinó que –atento ya se dijera– Thomas Bowyer, el dependiente encargado de las cobranzas, aporreara su puerta a las ocho de aquella lúgubre mañana y, tras correr la escuálida cortina que cubría el cristal roto, a fin de averiguar si la mujer estaba dentro y fingía no oírlo, escudriñó por la hendidura captando la conmocionante visión de aquel cuerpo irreconocible y mutilado tumbado en el camastro tinto en sangre. 

Joseph Barnett dispuso de oportunidades más que suficientes para ser el homicida de su amante, e igualmente para finiquitar a las precedentes víctimas. En la teoría que lo postula como el culpable de las muertes se sindica que, dada su relación sentimental con Mary, representaba una figura familiar para otras compañeras de oficio de aquella, circunstancia que contribuyó a que éstas no estuvieran en guardia cada vez que él procedía a agredirlas. 

En cuanto a las desfiguraciones que exhibían los cadáveres, se argumentó que la destreza adquirida por este sujeto, gracias a su labor de cortador de pescado en el mercado, le habría dotado de los rudimentos técnicos que el macabro desmembrador victoriano acreditó poseer a la hora de diseccionar los organismos. Este trabajador resultaba un joven carente de fortuna que, en principio, no mostraba bastante inteligencia para hacer pensar que pudiese salir bien librado. Sin embargo, evitó la segura ejecución que habría sido su destino inexorable si era desenmascarado y aprehendido. 

Conforme se supo, un homónimo suyo falleció en 1926 en la localidad británica de Stepney, a la edad de sesenta y ocho años; bien podría haberse tratado del amante de Kelly, y haber constituido –ciñéndonos a esta propuesta– su bárbaro matador. Enfermo de pasión por la cautivante peliroja Barnett habría tratado de persuadirla para que abandonase su existencia promiscua y se comprometiese en exclusiva con él.  

A tal fin, la emprendió contra las compañeras de oficio de su novia, finiquitándolas de una forma singularmente violenta y sádica. Si Mary creía que podía transformarse en la próxima víctima de un implacable psicópata, era factible que se convenciera de que lo mejor para ella consistía en renunciar definitivamente a las calles, y pasar a vivir segura bajo la protección de su fiel amante. 

El retorcido plan parecía ir transitando por exitoso camino. La joven transcurría sus días sumida en el temor, tras enterarse de los espantosos homicidios que se iban acumulando a su alrededor. Pero al descubrir el enamorado a su chica compartiendo el lecho con otra prostituta llamada María Harvey –según una versión las sorprendió en medio de una relación lésbica– se retiró de la vivienda, humillado y derrotado en su afán reformador. 

En la madrugada del 9 de noviembre de 1888, Joseph habría arribado a la habitación número 13 de Miller´s Court para ensayar un postrero intento reconciliador y trató de hacer, de una vez por todas, las paces con su antigua concubina. Sobrevendría el tajante rechazo de la mujer, otra virulenta disputa, y la furia del individuo se dispararía como jamás antes ocurriera. Ello explicaría la extensión y el salvajismo de las mutilaciones. 

¿Fue Joseph Barnett el asesino de su amada y, además, Jack el Destripador? Casi seguramente no, atendiendo a la carencia de evidencias aptas para incriminarlo. La hipótesis que lo pinta como un hombre que se abismó en los crímenes más barbáricos cegado por el amor frustrado, aunque literariamente devenga seductora, resulta demasiado artificiosa y forzada. 

Poco se sabe a ciencia cierta del gris cortador de pescado y peón de albañil ocasional. Tal vez continuó residiendo en Whitechapel. Es posible que haya contraído enlace o que se buscase una nueva concubina, tratando de olvidar la tormentosa tragedia caída cual funesto rayo tan cerca suyo. Quizás –conforme se especulase– se mudó del distrito y, sin llamar la atención, concluyó oscuramente su existencia casi cuarenta años más tarde. 

Tras la defunción de Mary Jane Kelly otro de los testimonios reproducidos en la encuesta judicial devino especialmente conflictivo. Se trató del vertido por un sastre de la calle Dorset de nombre Maurice Lewis –sin ninguna relación parental con la testigo homónima antes aludida–. Este caballero insistió que conocía muy bien a la fallecida y al hombre que fuese su pareja sentimental –Joseph Barnett– al cual él identificaba por el apodo  de "Danny". Indicó que vio a ambos de jarana y bebiendo licor en la taberna "The Horn o´Pienty" en compañía de su joven vecina Julia Venturney. 

Lo preocupante de esa declaración se centró en la hora en que el testigo aseguró haber avistado al alegre trío, a saber: las 10 de la mañana del 9 de noviembre de 1888. Ocurre que –de atenernos a los reportes forenses– la infeliz muchacha ya había sido brutalmente masacrada horas atrás y, desde entonces, su destrozado cadáver debía irremisiblemente estar yaciendo sobre el ensangrentado camastro de la habitación sita en el número 13 de la pensión donde moraba. 

El testimonio del sastre se adicionó a otro que dio no pocos quebraderos de cabeza a los investigadores: el aportado por Caroline Maxwell. Pese a ser contradichas sus afirmaciones en la instrucción judicial, la mujer se empecinó en sostener que se había visto cara a cara con Mary Jane Kelly después de cuándo aquella debía estar muerta. El encuentro se habría producido entre las 8 y las 8,30 del mencionado 9 de noviembre en la esquina de Miller´s Courts. La deponente repitió que no abrigaba la más mínima duda acerca del horario porque su marido siempre regresaba de trabajar a las 8 en punto de la mañana. 

A la testificante le llamó la atención comprobar que la bonita meretriz se hallaba con su ánimo sumamente decaído, acusando obvios síntomas de malestar; por lo cual, le ofreció ron a fin de levantarle el espíritu en el curso de una breve conversación. También apuntó que, una hora más tarde, la volvió a ver hablando con un individuo en el club Britannia, popularmente conocido como el Ringers en honor al apellido del propietario de ese establecimiento. 

Caroline proporcionó un minucioso recuento del aspecto que exhibía aquel hombre y de la ropa que vestía la chica. La presunta Kelly lucía una falda oscura, corpiño de terciopelo y un chal marrón. Maxwell expresó que dicha vestimenta era habitual en la finada, y reiteró que en esa segunda emergencia tampoco se había equivocado al identificarla. El inspector Frederick Abberline interrogó personalmente a esta testigo, la cual se mantuvo inflexible en sus aseveraciones. 

Estos curiosos aportes testimoniales dieron pie a los recelos. Por caso, en una vidriosa versión, se atribuyó al detective Abberline haber consultado con un médico de nombre Thomas Dutton si no era posible que Mary hubiese sido finiquitada por una mujer que escapó del teatro del crimen  usando las ropas de su víctima para disimular, y que fuera a ésta a quien los deponentes confundieron con la occisa.
 
Otras ideas más estrafalarias aún se formularon, aunque fueron postuladas a través de obras de ficción. En "The Michaelmas girls" ("Las muchachas de San Miguel"), publicada en 1975, el autor John Barry Brooks sustentó que aquellos testimonios no estaban equivocados ni eran falsos. Efectivamente fue Mary Jane Kelly la fémina a la cual vieron los testigos en horas tan tardías de esa mañana. 

¿La explicación? la muchacha no fue la víctima cuyo lacerado cuerpo halló la policía en la lóbrega habitación. Por el contrario, Kelly –con la asistencia de un cómplice masculino– constituía la victimaria, y el descarnado cadáver pertenecía a una pordiosera a la cual el perverso dúo atrajo con engaños. En consecuencia, Mary y su secuaz fueron los responsables de los crímenes atribuidos a Jack el Destripador. 

En el mundo de los hechos reales la policía concluyó, sin embargo, que los testigos Lewis y Maxwell se habían confundido en cuanto al horario, o respecto a las personas que creyeron ver. No quedaba otra opción más que considerar erróneos estos testimonios. 

El informe de la autopsia redactado por los forenses doctores George Bagster Phillips y Thomas Bond precisaba con exactitud el tiempo en que acaeció el óbito el cual quedó fijado, como mucho, próximo a la hora 5 de la madrugada de aquel luctuoso 9 de noviembre.

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