Misterios VI. (Jack el Destripador. Un asesino de leyenda VI)

Por Gabriel Pombo

Médicos forenses en la historia de Jack The Ripper

Óleo de Enrique Simonet 1890
Desde el comienzo fueron motivo de encendida polémica, y de arduo dilema, los eventuales conocimientos clínicos que pudiera ostentar el criminal que durante el otoño de 1888 se encarnizara con las prostitutas del East End londinense.
Un puñado de médicos forenses participaron en autopsias, así como en la elaboración de reportes vinculados a las víctimas atribuidas a aquel homicida serial. Sobresale entre todos esos profesionales el nombre del Dr. George Bagster Phillips, médico forense de la Policía Metropolitana. Resultó lógico que este galeno apareciera en forma preponderante, en tanto la mayoría de los asesinatos ocurrieron dentro de la jurisdicción asignada a la Policía Metropolitana para la cual revistaba.

La excepción la conformó el homicidio perpetrado contra Catherine Eddowes a primeras horas de la madrugada del 30 de septiembre de 1888 en la plaza Mitre, pues ese crimen cayó bajo la competencia de la Policía de la City de Londres. 
Debido a esta circunstancia jurídica, el forense encargado de elaborar aquella autopsia devino el cirujano oficial de la Policía de dicha ciudad: Dr. Frederick Gordon Brown.

También le cupo una actuación subrayable al médico Thomas Bond. Este profesional se encargó, junto al Dr. George Bagster Phillips, de redactar el informe de la autopsia practicada al destrozado cuerpo de Mary Jane Kelly. Pero más llamativo aún fue que Bond presentó (a solicitud de Scotland Yard) un reporte suministrando el perfil criminológico de la plausible personalidad que tendría el matador múltiple. 
En tal sentido, este cirujano representó un precursor en cuanto a los modernos estudios de perfilación criminal que efectúa el FBI y otras instituciones policiales y, por ende, precedió a emblemáticos expertos en materia de perfiles homicidas como, por ejemplo, Robert K. Ressler.
También se recuerda a dicho galeno por sus comentarios enfáticos de que el victimario de aquellas infelices mujeres no había acreditado siquiera los rudimentos de disección que cabría esperar en un carnicero o en un matarife.

Otro médico que fungió un papel de interés, y pasó a la historia relacionado con Jack el Destripador, fue el Dr. Thomas Openshaw
Este prestigioso patólogo examinó y dio su parecer respecto del trozo de riñón que llegó por correo, dentro de una caja de cartón dirigida al Presidente del Cómité de Vigilancia de Whitechapel, el 16 de octubre de 1888. Openshaw ratificó la naturaleza humana de aquel órgano, y el hecho de que correspondía a un mujer de cuarenta a cuarenta y cinco años de edad, aquejada, en un estadio avanzado, de una enfermedad característica en los alcohólicos.
Sin embargo, preguntado acerca de si aquella víscera casaba con la de Kate Eddowes (a quien dos semanas atrás el asesino le extirpase su riñón izquierdo) el especialista se mostró dubitativo, y más bien dejó entrever que el órgano no pertenecía a dicha occisa, sino que podría haberle sido extraído a un cadáver dispuesto para la disección; o sea, tal vez el truculento obsequio sólo constituyese una broma gastada por un estudiante de medicina a costa del entonces mediático George Akin Lusk, que presidía el grupo de perseguidores civiles del mutilador de Whitechapel.

Presionados por los jueces en las encuestas judiciales donde debían aportar su testimonio, y acosados por los periodistas, estos médicos se defendieron como pudieron. Con excepción del Dr. Thomas Bond, todos los citados (y otros más) dieron a entender que el feroz maníaco disponía de algún grado de conocimiento anatómico. Aunque no lo afirmaron rotundamente, tras sus palabras se trasuntaba la suspicacia de que el perpetrador era un colega médico, o un estudiante de cirugía muy diligente, o en última instancia podría tratarse de un carnicero o de un matarife particularmente rápido y habilidoso a la hora de empuñar el cuchillo.

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