Misterios V. (Jack el Destripador. Un asesino de leyenda VI)

Por Gabriel Pombo.

¿Videntes e iluminados descubrieron la identidad del criminal?

Robert James Lees fue un psíquico, médium y espiritista cristiano que alcanzó rápida fama en la corte de la reina Victoria. Apenas contaba con dieciséis años cuando fue conducido ante la Monarca para mostrarle sus dotes de precoz visionario. Tan grata impresión le causó a la reina madre y a su entorno, que continuaría durante muchos años vinculado a la corte en carácter de médium o vidente, cobrando el correspondiente estipendio a cambio de sus servicios. 

En la teoría de la conspiración monárquico masónica se incluye una anécdota donde aparece este hombre fungiendo un papel importante en la historia del victimario serial Jack the Ripper. Anécdota que fue repetida a través de distintos medios de prensa hasta llegar a la pantalla grande en películas como "Muerte por Decreto", donde veremos al vidente cooperando codo a codo con el mítico Sherlock Holmes en la búsqueda del elusivo desmembrador de rameras. 

 Según esta añeja formulación, Lees ayudó a las autoridades británicas en las indagatorias tendientes a desenmascarar al culpable. De esta manera, suministraría relatos describiendo sus visiones respecto de los crímenes, e informando sobre cuál era el posible aspecto del criminal y dónde podría éste estar escondido. En una de sus premoniciones, en particular, habría contemplado claramente el rostro del victimario. 

Sucedió que una tarde viajando en uno de los autobuses tirados por caballos (que constituían el medio de transporte habitual en el Londres de 1888), y mientras el rodado avanzaba por Baywater Road, reconoció al Destripador en la persona del hombre que ocasionalmente se hallaba sentado a su frente. Se trataba de un individuo de características distinguidas que iba vestido de levita y portaba un sombrero de copa. 

El clarividente descendió raudo del transporte colectivo y siguió los pasos de su sospechoso hasta verlo entrar en una finca sita en Park Lane. Dicha mansión era propiedad de un prominente médico de la casa imperial y, aunque en la narración no se aclara, cabe presumir que Lees conocía al galeno porque también él mantenía fluido contacto con la corona británica. 

Cuando el psíquico requirió el auxilio de las fuerzas del orden fue rechazado en más de una oportunidad. No obstante, su insistencia produciría frutos, y más adelante lograría que un detective lo acompañase a inspeccionar la residencia del facultativo. Una vez allí fueron atendidos por la esposa de aquél, quien al principio se manifestó molesta por la intromisión, pero finalmente admitió que su cónyuge venía obrando de forma muy extraña últimamente, y temía que estuviese perdiendo la cordura. Tras ello, accedió a que revisaran las pertenencias de su marido, y el inspector encontró dentro del maletín de cirujano un cuchillo de trinchar, objeto que obviamente no tenía sentido lógico que estuviera guardado allí. 

La investigación continuaría avanzando hasta desembocar en la detención del profesional quien, tras ser examinado por sus pares médicos y tras determinarse que se hallaba irremisiblemente fuera de sus cabales, terminaría encerrado en un manicomio durante el resto de su vida. 

Al igual que sucediera con tantas otras, esta incomprobada conjetura sufriría diversos ajustes en las ulteriores obras que retomaron el asunto. Depurando la versión, se aseguraría que el anónimo galeno, sospechoso gracias a las premoniciones del espiritista, no era otro más que Sir William Withey Gull, el cual efectivamente residía en las cercanías de Park Lane; más concretamente en el número 74 de Grosvenor Square. En su mansión recibiría la impertinente visita de un detective de Scotland Yard -el inspector Frederick Abberline, de acuerdo con algunas propuestas- asistido por el médium acusador. 

La esposa del Dr. Gull se indignó ante la presencia de los extraños que requerían al dueño de casa, pero después intervendría el propio médico, apaciguando a su cónyuge y encarándose con los intrusos. Sir William trató de desviar las suspicacias que recaían sobre el príncipe Albert Víctor, paciente suyo al cual trataba por su progresiva sífilis, y de cuya identidad como asesino de Whitechapel el doctor estaba al tanto. Aparentemente procuró atraer -en un gesto de grandeza- esas sospechas hacia sí mismo pretextando que padecía amnesia, y que en cierta ocasión se despertó con las mangas de su camisa empapadas de sangre. 

En fin: que el Dr. Gull constituía el médico oficial de la corona inglesa por el año 1888, y que se le había encomendado cuidar del enfermo de sangre real deviene una circunstancia históricamente verificada. El resto pertenece al ámbito de la fabulación, o por lo menos de los hechos no corroborados.

En cuanto atañe a Lees, sin duda le gustaba el circo mediático y, de hecho, merced a ello se ganaba la vida. Nunca se animó, sin embargo, a defender públicamente esta versión, pero permitió que en notas de prensa otros lo hicieran por él. Así fue que la leyenda del médium que actuó mancomunado con las autoridades en procura de capturar al asesino serial victoriano perduró en el tiempo. 

Ejemplo de esta creencia es una carta despachada desde el correo en noviembre de 1889, y que permanece en los archivos de la Policía Metropolitana. Stephen Knigth, primordial promotor de la teoría de la conspiración monárquico masónica, a través de su taquillera obra Jack the Ripper: The final solution (Londres, Inglaterra, 1976), pretendió que esa comunicación representaba una prueba irrefutable de que Robert James Lees integró las pesquisas para dar caza al criminal. 

En la letra referida un presunto "Jack el Destripador" se burlaba de las fuerzas del orden, y calificaba a sus jerarcas de incompetentes. Aparentemente comenzaba señalando:
 "Querido Jefe. Ya ves que no me has atrapado todavía con toda tu astucia, con todos tus Lees, con todos tus maderos..." 

Se suponía que si ya por el año 1889 había cobrado estado público que el psíquico participó en la infructuosa búsqueda, era claro que bien podía ser cierta la versión conforme la cual, fundado en sus visiones, guio al detective de Scotland Yard hasta la casa del cirujano sospechoso. 

No obstante, en la magnífica obra Jack el Destripador. Cartas desde el Infierno, escrita por los peritos Stewart Evans y Keith Skinner (ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003) se estudia minuciosamente dicha misiva y se descubre la verdad. En realidad allí no decía "Lees", sino "Tecs", palabra ésta que evoca a un lunfardismo con el cual las clases bajas del East End londinense calificaban despectivamente a los agentes de policía. Por ende, ninguna prueba válida avala que el médium participase en la investigación y persecución del asesino de meretrices. 

A despecho de la orfandad de evidencias, el mito de que Lees le pisó los talones a Jack the Ripper ha perdurado desde 1931, cuando una revista especializada en temas esotéricos editase una nota alusiva bajo el rótulo "El vidente que descubrió a Jack el Destripador". 

Pero Robert James Lees no es el único iluminado que se registra vinculado a la historia de Jack the Ripper. 
Más mediático que él resultó el célebre Aleister Crowley. De casi todo se ha acusado a este individuo. ¿Agente de Lucifer, místico, charlatán? Tal vez fue un poco de cada una de estas cosas. Personaje extraordinario del siglo XX, sin embargo, este hombre dejó su singular impronta sobre las sociedades ocultistas. 
En una de las más recientes acusaciones que se le endilgan lo imputan de ser el responsable de la sucesión de misteriosas muertes acaecidas luego del descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón. 

Edward Alexander Crowley vino a este mundo el 12 de octubre de 1875 en el seno de una familia inglesa acomodada (su padre fue un magnate cervecero). El dinero que heredó de su acaudalado progenitor le posibilitó llevar una existencia de leyenda, aunque con el andar el tiempo supo acrecentar sus arcas por méritos propios, ya que decenas de seguidores solventarían sus emprendimientos mesiánicos. 

Fue igualmente un poeta y un escritor radical, además de mago, drogadicto y bisexual. La prensa lo fustigaría con acritud aplicándole epítetos tales como "El hombre más malvado del mundo" y "La gran bestia 666". Definió a su doctrina esotérica "Iluminismo científico", método que, conforme adujo, cuando deviene utilizado e interpretado adecuadamente, sintetiza la sabiduría humana suprema. Los mensajes crípticos de sus teorías resultaron difundidos por conducto de la revista The Equinox -El Equinocio-. 

Entre otras curiosidades, se cuenta que Alesteir fue quién le sugirió al líder Winston Churchill el empleo del símbolo de la "V" de la victoria, mediante la exhibición de los dedos mayor e índice de la mano derecha. Durante la Segunda Guerra Mundial se presentó ante la opinión pública como un patriota inglés, y apoyó a los soldados en lucha remitiéndoles panfletos con inflamados poemas y pentagramas místicos que -de conformidad pretendía- garantizaban el triunfo bélico de las fuerzas armadas aliadas. 

Logró comandar la antigua asociación hermética Golden Dawn, no sin antes chocar contra miembros prominentes de la misma. Por ejemplo, con el literato William Butler Years, y con S.L. Mac Gregor Matthers. En dicha entidad Crowley principió a ejercitar ceremoniales exóticos, inspirándose en las instrucciones de un remoto manuscrito del siglo XV conocido por el nombre de "El libro de la magia sagrada de Merlín el Mago"

Lo expulsaron de esa secta por causa de sus actitudes rebeldes y contestatarias, pero pronto fundaría la Astrum Argentum. También actuó con singular brillo dentro de la renombrada orden ocultista OTO (Ordo Templis Orientalis), sociedad masónica rosacruz para la cual redactó los textos de una misa gnóstica. 

Años más tarde, se retiró a Escocia donde instaló una magnífica mansión emplazada a las orillas de lago Nees, a la cual bautizó: "Palacio de Boleskine"

Observaba la manía de cambiarse de alias y, entre los muchos que utilizó al cabo de su luenga vida, se cuentan los de Conde Vladimir Svareff, Master Terrino, Príncipe Chiog Kim, Baphomet, y Lord Boleskine. En el correr de su estadía en Norteamérica, una vez concluida la Primera Guerra Mundial, estrechó relaciones con personas de variopinta opción sexual para -según alegara- reforzar así el alcance y poderío de sus ceremonias gnósticas. En este país conoció a su segunda esposa, Leah Hirsing, a quien calificó herméticamente "Mujer Escarlata", y la cual contó con la Baronesa Vittoria Cremers como su primordial asistente. 

Residiendo en Italia fundó la llamada Abadía Thelema, en la ciudad de Cefalú, Sicilia. Allí se dedicó a organizar a un reducido grupo de devotos con los cuales consumaba orgías sexuales en pos de potenciar la eficacia de sus rituales mágicos. El régimen fascista de Benito Mussolini lo expulsó de esa nación, tras el escándalo desatado a raíz de la muerte de un adepto a la orden, debida a intoxicación por ingesta de estupefacientes. Aparte de ese trágico hecho, las autoridades itálicas lo consideraron un espía británico y, pese a que dicha acusación era falsa, el propio Crowley se encargó de propalarla con el objeto de auto promocionarse. 

Ya había despertado, debido a sus actitudes excéntricas, la atención pública desde tiempo atrás. Por caso, en el transcurso del año 1901 se encontraba residiendo en México cuando se enteró del fallecimiento de la Reina Victoria. Acto seguido, delante de testigos, se puso a bailar una pretendida danza ceremonial azteca, al tiempo que exclamaba jubiloso que por fin vendría la era de la luz. Y es que, conteste con la opinión de este seudo profeta, la anciana monarca representaba el símbolo del más arcaico oscurantismo y de la máxima intolerancia política, social y religiosa. En aquel país centroamericano, asimismo, afirmó haber descubierto y perfeccionado un sistema centrado en fórmulas alquímicas que le permitía volverse invisible. 

Poco después, avanzando el año 1904, sacó a publicidad el primigenio de sus ensayos de largo aliento, a saber: "El libro de la Ley", cuyo principio crucial consistía en "Haz lo que quieras", de consuno con el cual no existe otra ley por encima de la voluntad individual. A través de ese trabajo literario desarrolló una intensa apología a la libertad sexual, así como al consumo sin trabas de las drogas, los alucinógenos, y al ejercicio de las prácticas mágicas. Todo ello se relaciona con lo que dio en llamarse "Cultura Thelémica"; manifestación social que, de hecho, configuró un adelanto temporal al movimiento hippie operante en Estados Unidos por la década sesenta de la pasada centuria. 

Para las sociedades demoníacas la obra y el ejemplo proporcionado por este gran adepto conformó una fuerte influencia de la cual daría cuenta, años más adelante, la fundación de la denominada "Iglesia de Satán", a cargo de Anton Lavey, en California, la que lo tuvo por uno de sus más fecundos mentores. 

El extravagante iluminado murió en plena ruina económica durante el decurso del año 1946 en una casa de huéspedes situada en la localidad de Hasting, condado de Sussex, Gran Bretaña, a consecuencia del agravamiento de una enfermedad asmática crónica. De acuerdo comentó la enfermera que lo atendiese en sus instantes postreros, sus últimas palabras fueron: "A veces me odio a mí mismo". 

Aleister Crowley contaba con sólo trece años en 1888, pero ya desde entonces los crímenes del Este de Londres comenzaron a obsesionarlo. 

Una vez adulto se sumó al estudio de aquel irresuelto caso criminal. Pero, tal como cabe imaginar, lo hizo con su particularísima impronta. ¿Cuál fue el candidato postulado por el psíquico para el cargo de haber sido el asesino de Whitechapel? Una mujer. 
Nada menos que la también mística Helena Petrona Blavatsky; más recordada para la historia como Madame Blavatsky, escritora, ocultista y teósofa rusa que fuese una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica. 

La única base para tan infundada atribución estriba en que está comprobado que la teósofa residía en Inglaterra desde 1887. En el año de los asesinatos del East End fundó la rama esotérica de la Sociedad Teosófica. También publicó el libro “La doctrina secreta”, que venía preparando desde varios años atrás, y que se considera una de las obras más representativas en la materia. Su salud era ya delicada y falleció tres años más tarde en 1891.

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