Por Gabriel Pombo
El mensaje fue objeto de permanentes discusiones pero, en general, se acepta
que señalaba:
La pintada de tiza en la calle Goulston
Hoy retomamos la sección de curiosidades o misterios. Dejamos un poco de lado el perfil mediático del famoso y esquivo Jack el Destripador, centrándonos en la célebre pintada trazada con tiza sobre el muro de la calle Goulston.
Así se llamaba la calle de Whitechapel por donde habría transitado,
durante su escape, el asesino tras asesinar a Catherine Eddowes y arrojar
contra la pared que portaba la consigna un trozo de tela impregnado en
sangre; presumiblemente arrancado de las ropas de esa occisa.
El texto en inglés reproducido en un informe policial |
"Los juwes son los hombres que no serán culpados por nada"
No llegó a
fotografiarse nunca la escritura pues se ordenó que fuera borrada, tras
instrucciones impartidas por el jerarca supremo de la Policía Metropolitana británica
Sir Charles Warren, quien se había personado al lugar.
Cabe concluir,
entonces, en que otro notable acto publicitario, cimentador de la leyenda,
lo configuró la frase estampada sobre un muro descubierta luego de
perpetrado el crimen de la plaza Mitre, la cual se erigió en una incógnita
menor inmersa dentro del misterio mayor que rodeó a los homicidios.
Si
realmente se trató de un acto deliberado a cargo del asesino estaríamos
frente a un suceso clave que desvela el móvil principal, o uno de los
móviles accesorios que lo impelían a matar, a saber: su afán por causar el
mayor impacto y extrañeza posibles; el anhelo mediático. Dicha
característica habría parecido insólita cuando se concretaron aquellos
delitos, pero ya no lo resulta tanto en épocas recientes.
El fragmento de
ropa ensangrentada, que delató la presencia de la frase estampada en la
pared, había sido descubierto por el agente policial Alfred Long placa 254
A, no perteneciente al distrito H, que era la jurisdicción de los policías
que custodiaban en Whitechapel, sino a la división de Westminster; y que
fuese asignado al patrullaje del área a modo de refuerzo. El hallazgo tuvo
lugar en la madrugada del 30 de septiembre de 1888 durante el curso de un
rastreo rutinario. Al comenzar esa madrugada dos mujeres habían sido
asesinadas en el distrito y la policía actuaba intensamente en procura de
cerrar las vías de escape al criminal. Pero esa noche reservaba otra
sorpresa a los agentes.
A las 2 y 55 Long en su ronda por la calle
Goulston vio un trozo de delantal de mujer manchado con sangre caído en la
entrada que conducía a la escalera de los números 108-119 de las viviendas
modelo Wentworth.
De inmediato el policía se abocó a buscar otras señales
de sangre, pero no las había. Sin embargo, en el lado derecho de la
entrada, por encima de la plataforma, hizo un segundo hallazgo. Escrito en
tiza blanca contra una pared de ladrillos negros estaba visible el
mensaje. Long no investigó a los inquilinos residentes en ese edificio y
se limitó a buscar en las escaleras. No encontró allí tampoco rastros de
sangre ni huellas de pisadas. Luego, tras consignar en su libreta el texto
de la frase descubierta, tomó el delantal ensangrentado y se dirigió a la
comisaría de la calle Leman. Una vez en esa sede, informó de los hechos y
entregó la prenda al inspector que estaba de guardia.
Desde esa comisaría se contactaron
con la Policía de la City, dado que dentro de la competencia de ésta se
había consumado el crimen; siendo llamados a comparecer al escenario de
los luctuosos hechos varios pesquisantes de dicha jurisdicción.
En
particular, el detective Daniel Halse montó guardia frente al muro donde
se consignaba el mensaje y se quedó protegiendo esta importante evidencia
forense hasta el arribo del inspector James Mac William, jefe del
Departamento de Investigación de Scotland Yard de la City, quien ordenó
que el graffiti fuera fotografiado lo antes posible.
Pero su colega el
superintendente inspector Thomas J. Arnold de la Policía Metropolitana,
que también había arribado al lugar, mostró dudas y prefirió aguardar
ordenes superiores, debido a que la prueba estaba localizada dentro del
ámbito competencial perteneciente a la Policía de la Metro. Seguidamente
se le comunicó la novedad al general Charles Warren. Una vez que,
alrededor de las 5 de esa mañana, el supremo jefe policial de
Inglaterra concurriera a dónde fue hallado el extraño mensaje dispuso que
el mismo fuera borrado de inmediato, y prohibió que le tomaran
fotografías.
Ese mandato fue aceptado a regañadientes por el principal policía de la
City de Londres, comisionado Henry Smith, quien en sus memorias fustigaría
acerbamente a Sir Charles por adoptar esa actitud. Dicha decisión se fundó
en evitar posibles desordenes y disturbios al estimarse que se trataba de
una consigna antisemita insultante, y que el público podría tomar
represalias generalizadas contra los integrantes de esta colectividad que
habitaban en el distrito.
En los alrededores
poblaba una vasta comunidad judía que ya había sido objeto de recelos por
los habitantes del East End mientras se mantuvo detenido a John Pizer,“Mandil de Cuero”, acusado de ser el responsable de inferir los desmanes.
Además, el primero de los dos asesinatos concretados aquella noche se
llevó a cabo al lado de un club socialista emplazado en la calle Berner
cuya principal concurrencia era de origen semita, y esta coincidencia
podía inducir a creer que el criminal integraba dicha colectividad.
Debe
tenerse presente, asimismo, que al arribar el general Warren a dónde lucía
la pintada ya era de madrugada y pronto amanecería, lo cual la dejaría
expuesta a la vista de mucha gente que se congregaba en una feria que
tenía lugar todas las mañanas de domingo en las inmediaciones de la calle
Goulston.
Aunque devinieran infundadas, y producto de la xenofobia, las
sospechas recaídas sobre miembros de la grey judía con asiento en el este
de Londres, tal suspicacia fue muy pertinaz. De aquí que los motivos de la
cautela exhibida por el jerarca al mandar borrar el escrito en la pared no
devendrían tan ilógicos y absurdos como, vistos en retrospectiva,
parecerían haber sido.
Pero lo real fue que el graffiti, haya o no sido
obra del criminal, adquirió estado público, y la tal vez loable mesura que
inspiró al responsable policial a hacerlo prontamente desaparecer,
impidiendo que fuera fotografiado, ninguna utilidad revistió sino que,
contrariamente a sus propósitos, sólo sirvió para fomentar las
suspicacias.
¿Acaso las autoridades ocultaban datos esenciales por oscuras
e inconfesadas razones? ¿Había un complot de alto nivel destinado a
proteger al perpetrador?
La prensa ciertamente no desaprovechó la
oportunidad de agudizar sus críticas contra la policía en general, y sobre
su máximo jefe en especial. Novelescas obras literarias posteriores
considerarían a la enérgica actitud asumida por el general Warren como una
pieza importante dentro de sus teorías acerca de la existencia de una
conspiración a gran escala.
La pintada hecha sobre el friso de la calle
Goulston, junto con las cartas, establece el perfil mediático que alimentó
el misterio, y le garantizó su triste pero duradera celebridad.
Aquel acto constituiría
el germen de álgidas y antagónicas interpretaciones. ¿Se quiso referir en
la pintada a los Judíos? –“Jews” en inglés– ¿O, en cambio, su autor
realmente escribió “Juwes”, y tal término tendría otra significación?
Dentro de las eventuales acepciones de esa palabra, quizás no mal escrita,
podría haber implicancias masónicas, según algunos ensayistas plantearon.
También se ha rebatido esta posición considerándose que la palabra “Juwes”
ningún significado poseía en la tradición masónica. Y como tal vocablo no
existe en el idioma inglés, de haberse impreso así, esa escritura pudo
obedecer a un mero error de ortografía. En otro sentido, otros escritores
pretendieron que verdaderamente en la pintada se decía “Jews” –“Judíos”,
en mayúscula– y que la diferencia que se creyó advertir en esa palabra es
atribuible a un error de transcripción sufrido por Alfred Long, el primer
policía que la descubriese, cuando la anotó en su libreta personal antes
de que el jefe ordenara hacer desaparecer el mensaje.
Pero, más allá de
esas polémicas, vale aquí resaltar que se debe tener en cuenta que algunos
de los más sólidos especialistas actuales sobre el caso del Destripador le
restan importancia al episodio, ponderando que la escritura no tuvo por
qué ser necesariamente autoría del homicida.
Opinan que el graffiti podría
estar estampado con anterioridad a llevarse a cabo la acción criminal.
Parecería que no era infrecuente, en aquel tiempo, que los frentes y demás
paredes de las casas suburbanas en la principal urbe del mundo estuviesen
decoradas con pintadas similares.
De tal suerte, los peritos Stewart Evans
y Keith Skinner han afirmado:
“...Esa frase sobre la que tanto se ha discutido y analizado, puede que ni siquiera fuese escrita por el asesino. Si el trozo de delantal se hubiese depositado en el siguiente portal, probablemente se hubiese estudiado con lupa una críptica pintada totalmente diferente. Porque entonces, como ahora, este tipo de pintadas eran comunes en el East End de Londres…” .
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