Hoy comenzamos con una nueva serie dedicada a Jack el Destripador. Un asesino
de leyenda.
Para esta ocasión, nuestro colaborador, Gabriel Pombo, ha preparado una serie
de artículos muy misteriosos centrados en el personaje victoriano.
De nuevo esperamos que resulten de vuestro agrado.
Susana Gómez. Directora de TNT. Revista Digital.
Por Gabriel Pombo
¿Inventó el propio asesino su alias criminal?
Desde el mes de
septiembre de 1888 comenzó a arribar a la policía británica
correspondencia remitida por sujetos que se identificaban como
responsables de los homicidios del East End londinense. Por tales fechas
sólo se habían verificado dos de las muertes que tradicionalmente se le
asignan al asesino; la de Mary Ann Nichols y la de Annie
Chapman.
Las autoridades no concedían difusión a estos comunicados, ya sea
para evitar que cundiera el pánico en la gente o, sencillamente, porque
estimaron que eran obra de bromistas.
El maníaco aún carecía del seudónimo
que le valdría su renombre universal. La prensa, a falta de un
calificativo mejor, se limitaba a referirse a él como el "Asesino de
Whitechapel".
Pero llegaría el 27 de septiembre de 1888. Ese día la
denominada "Agencia Central de Noticias de Londres" alegó haber recibido
una carta firmada por el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29
de ese mes la entregó a la policía.
El tenor de la extraordinaria epístola
relacionaba:
"... Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía me ha atrapado pero no me echarán el guante todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y dicen que están tras la pista correcta. Ese chiste sobre "Mandil de Cuero" me hizo partir de risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último trabajo fue grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo la oportunidad. Pronto oirán hablar de mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, já, já. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador..."
Y en
una especie de posdata impresa transversalmente, el redactor del
comunicado se mofaba:
"... No se molesten si les doy mi nombre profesional. No estaba bastante bien para enviar esto antes de quitarme toda la tienta roja de las manos. Maldita sea. No ha habido suerte todavía, ahora dicen que soy médico, já, já..."
A esta
comunicación se le adicionó muy pronto una postal, también recepcionada
por la Agencia Central de Noticias, el 1 de octubre de 1888, donde su
emisor, tras presentarse como "Saucy Jacky" (Jacky el Descarado), se
manifestaba en los siguientes términos:
"...No estaba de broma, querido jefe, cuando le di la información. Mañana se enterará del trabajo de ese descarado de Jacky. Doble función esta vez. La número uno chilló un poco. No pude acabar enseguida. No tuve tiempo de cortar las orejas para la policía. Gracias por guardar la carta de mi último trabajo. Jack el Destripador..."
Es un punto en discusión
establecer si el verdadero criminal escribió algunas de aquellas misivas
que llegaron a poder de los periodistas y de las autoridades. Esta
incertidumbre parece imposible de despejar, y a más de ciento veinticinco
años de los eventos la interrogante sigue en vigor. En los archivos de la
Policía Metropolitana y en los Archivos Generales de Londres se conservan
más de doscientos mensajes vinculados al asunto. Pero sólo una ínfima
proporción merecería que se les preste atención.
Una de las escasas
comunicaciones reputada por los especialistas como eventualmente veraz fue
la que el 16 de octubre de 1888 recibió en su domicilio el Presidente del
Comité de Vigilancia de Whitechapel, empresario constructor George Akin
Lusk.
Esa carta fue acompañada por una caja de cartón que
contenía un trozo de riñón humano. Junto con el horrible obsequio iba un
recado escrito con letra irregular, tosca y plagada de errores
gramaticales –que en esta transcripción se obvian– cuyo texto decía:
"...Desde el infierno Mr. Lusk, Señor: Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer, lo guardé para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado: Atrápame si puedes. Mister Lusk..."
La primera ocasión en que un ex periodista
se habría incriminado admitiendo ser el emisor de correspondencia remitida
a las autoridades y a los medios de comunicación bajo el seudónimo Jack the Ripper , se registró en un relato publicado por la revista Crime and
Detection en agosto de 1966. En dicho artículo, el profesor y grafólogo
Francis Camps cuenta cómo fue que conoció a Frederick Best, antiguo reportero del diario Star.
Este último le refirió que, durante el tiempo de los
asesinatos de Whitechapel, él en colaboración con un colega de provincias,
fue el responsable de pergeñar todas las cartas del "Destripador", y que
lo hizo motivado por el afán de "mantener con vida el negocio" de la venta de periódicos,
notablemente incrementado entonces merced al sensacionalismo originado por
aquella ola de crímenes.
Añadió que, para concretar el plagio, se valió de
una pluma marca Waverley Nib, a la cual deliberadamente estropeó a fin de
que su trazo diese la impresión de que las misivas eran obra de un sujeto
semi analfabeto. Empero, esta versión no luce congruente, pues si algo
destacaba en aquella célebre epístola trazada con tinta roja era la
atildada caligrafía y la correcta ortografía del individuo que la escribiera.
Hoy día, sin embargo, se duda de esta versión, pues se da por descontado
que la mayoría de los mensajes se debieron a ciudadanos impelidos por los
más diversos intereses (no necesariamente periodistas).
La epístola que dio comienzo a la escalada de comunicados, y
que hizo público el apodo Jack the Ripper, se supone que arribó el 27 de
septiembre de 1888 a la Agencia Central de Noticias de Londres (estaba
fechada al 25 de ese mes). Esa letra devino la primera firmada con el
famoso mote.
Se especula fuertemente que el texto fue redactado, no por el
aludido Frederick Best sino por el reportero Thomas Bulling con la
anuencia de su jefe de prensa, John Moore. Este periodista trabajaba para
aquella agencia noticiosa, y resultó
encargado de llevarla personalmente a las autoridades un día antes del
doble crimen de Jack el Destripador.
Cuando ese 29 de septiembre de 1888
el inspector Adolphus Williamson, que a la sazón oficiaba, de hecho, como
jefe de prensa de Scotland Yard, leyó la carta que su amigo Thomas Bulling
le trajo, no pareció especialmente impactado. Aunque la policía lo
ocultaba, lo cierto era que ya tenían noticias sobre varios mensajes
relacionados con los crímenes que se venían consumando en el East End de
Londres. Por eso, al inspector esa noticia no le generaba mucha emoción. Pero debía cumplir su trabajo y comunicó la
novedad a sus superiores, quienes guardaron dentro de un cajón aquella
letra. Probablemente no hubiera salido nunca de allí si al día siguiente
no ocurriera lo imprevisto: el "doble evento"; vale decir: los dos
homicidios perpetrados en la madrugada del 30 de septiembre que tuvieron
por víctimas del maníaco ultimador de prostitutas a Liz Stride y Kate
Eddowes.
A la primera difunta la habían degollado pero no mutilado, y
tampoco le sustrajeron órganos. Sin embargo, el cadáver de la otra
fallecida padeció una virtual carnicería: múltiples tajos asestados por un
cuchillo frenético laceraban su faz, y uno de ellos le había rasgado el
lóbulo de su oreja derecha. Cuando colocaron el cuerpo inerte en el ataúd
el lóbulo troceado se desprendió y cayó dentro.
Este tétrico hecho bastó
para que se creyese que el presunto homicida, que en aquella ocasión
firmaba Jack el Destripador (o más exactamente "Jack el desgarrador" en
inglés) fuese aceptado, sin más, como el genuino emisor de la amenazante
epístola. Y es que en ella, entre otras jactancias y banalidades, se
proclamaba:
"...en el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré como broma a la policía..."
Esta fue la génesis de un mito que
pervive hasta el presente.
Esos horribles crímenes suburbanos posiblemente
hubiesen quedado relegados al olvido o, al menos, minimizados, si el
anónimo victimario hubiese seguido siendo conocido como "El Asesino de
Whitechapel", o por el mote de "Mandil de Cuero", con el cual se lo
designase mientras se pensó que el responsable era el zapatero judío John
Pizer, luego exculpado.
Ninguno de estos alias delictivos poseían el
gancho mediático del que rubricaba aquella carta que la Agencia Central de
Noticias de Londres, por medio del ya citado Thomas Bulling, hizo llegar a
Scotland Yard; y que presuntamente la había remitido previamente el
matador serial a sus oficinas dirigiéndola a su jefe de redacción. De allí
el encabezado "Querido Jefe", pues a un jefe de prensa iba destinada la
misiva, en vez ser cursada directamente a las autoridades.
Muy curioso
resulta que un asesino elija a una agencia noticiosa para promocionarse.
Aunque parecería que en realidad sí remitió algunos mensajes al cuerpo
policial, aunque sin encontrar mayor eco.
El 17 de septiembre de 1888
habría arribado a manos del máximo responsable de la Policía
Metropolitana, general Charles Warren, una epístola inculpatoria, y otra
similar la recibió el Departamento de Investigación Criminal el 25 del
mismo mes. Frente el silencio opuesto por los jerarcas el emisor optó por
dirigirse a la prensa para ver si ahora lo tomaban en serio. Luego de
esto, los casi doscientos periódicos británicos compitieron en medio de
una fiebre de tiradas dedicadas a las tropelías de Whitechapel.
Entre los
más furibundos resaltaba el Star de Frederick Best. Este periódico, recién
fundado en 1888, hizo su agosto gracias a la conmoción social que los
asesinatos provocaron; pero ciertamente no representó el único órgano de
difusión favorecido. La palma al efecto se la llevó la Agencia Central de
Noticias de Londres, que vendió a los diarios muchas copias de aquellas
epístolas que el criminal tan generosa, como sospechosamente, les
obsequiaba en forma personal.
Muchos años más tarde
–según antes señalamos– un anciano Frederick Best se inculpó reconociendo,
en un artículo periodístico, que él en complicidad con otro reportero
inventó a "Jack el Destripador".
Durante largo tiempo se reputó a este
sedicente periodista como plausible responsable de forjar el mito
sensacionalista de Jack the Ripper, e incluso en películas y mini series
televisivas (por ejemplo: "Jack el Destripador", serial inglesa de 1988
con Michael Caine como protagonista principal) veremos a ese inquieto
reportero y al diario Star jugar un papel de gran fuste en la saga
ripperiana.
No obstante, desde época relativamente reciente (año 2001) las
cosas comenzaron a cambiar. En "Letters from hell"; publicación española:
"Jack el Destripador. Cartas desde el infierno" (ediciones Jaguar, Madrid,
España, 2003), los expertos Stewart Evans y Keith Skinner plantearon que
el responsable no fue otro sino Thomas Bulling.
Sostienen que ese
periodista fabricó (de su puño y letra) el mensaje, y también inventó el
mediático seudónimo; contando para ello con el consenso de su jefe de
prensa John Moore. La primordial fuente que acusa a Bulling y a la Agencia
Central de Noticias provino de John Litlechild, un inspector jefe de la
Brigada Especial de Scotland Yard, el cual, en una misiva redactada en
1913, le confió a su amigo el dramaturgo y periodista George R. Sims su
convicción de que las cartas suscritas con el infame alias constituyeron
un bulo creado por un sector de la prensa.
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