Ted Bundy: El seductor sádico (Historias de asesinos que inspiraron libros IX)


Hoy recuperamos la sección de: Historias de asesinos que inspiraron libros con un nuevo artículo sobre Ted Bundy; un asesino serial que ha inspirado infinidad de libros y películas.

La primera película sobre él fue estrenada doce años después de su primer crimen, en 1986, y tenía como protagonista a un jovencísimo Mark Harmon.
Estaba basada en el libro que llevaba el título de "Bundy: The Deliberate Stranger" de Richard W. Larsen, pero a partir de ahí, la historia de sus crímenes e incluso su modus operandi ha sido reflejado en una larga lista de películas, documentales y libros que intentaban analizar, paso a paso, su mente criminal.

La última versión que nos llega sobre él es "Extremely Wicked, Shockingly Evil, and Vile" ("Extremadamente cruel, malvado y perverso"), película estrenada en 2019 y que aquí llevará el título de "Ted Bundy: Durmiendo con el asesino". 
En esta nueva cinta, la historia se narrará desde un punto de vista ajeno al asesino, el de Elizabeth Kloepfer, la que fuese por un tiempo su novia.
Y ahora sí, os dejamos con el verdadero experto en el tema, nuestro colaborador Gabriel Pombo, para que él os cuente la verdadera historia de este criminal.

Susana Gómez. Directora de TNT. Revista Digital


Por Gabriel Pombo

Una chica que hacía autostop constituyó la primera presa humana de Theodore Robert Bundy. Prosiguiendo su frenesí vesánico el psicópata agredió el 4 de enero de 1974 a Joni Lenz, a quien introdujo una barra de hierro en la vagina. La muchacha sobrevivió milagrosamente. Menos suerte tendrían siete estudiantes de las universidades de Utah, Oregon y Washington, que desaparecieron durante el verano de ese año. Todas eran jóvenes blancas de larga melena oscura peinada con raya al medio.


Los primeros restos óseos se descubrieron en aquel agosto, y pertenecían a Janice Ott y a Denise Nanslund. 
Los testigos describieron a un sospechoso que avistaron mientras hablaba con las víctimas. Llevaba un brazo enyesado y les había pedido ayuda para subir unos trastos a su coche. El mismo modus operandi de pérfido engaño fue utilizado contra otras desaparecidas, sólo que a veces el desconocido portaba un brazo en cabestrillo, y en otras ocasiones lucía una pierna escayolada.

El 18 de octubre de 1974 el cuerpo de una joven de diecisiete años fue hallado con signos de estrangulamiento, sodomía y violación. 
Era hija de un policía de Utah. A esa altura ya no cabían dudas. Cundió la alarma pública y se supo que un asesino en serie acechaba a las féminas. Se diseñó un retrato robot que salió publicado en los diarios de mayor circulación de Estados Unidos. Un amigo de Meg Sander -antigua novia de Ted- lo denunció a las autoridades, luego de advertir su semejanza con el retrato robot. Pero por entonces Bundy estaba bien conceptuado y la acusación se desestimó.

El 8 de agosto de aquel año el homicida sexual cometió su primer error serio. 
Pretendió asesinar a Carol DaRonch, de dieciocho años, haciéndose pasar por policía de civil. La chica se subió al coche del supuesto agente pero pronto desconfió. El agresor intentó esposarla, forcejearon, y ella consiguió arrojarse del vehículo en marcha. Antes de que el criminal volviera en pos de su presa, una pareja que transitaba por la zona en su automóvil le brindó auxilio. La víctima en estado de shock fue trasladada a la comisaría donde aportó las señas de su atacante.
Bundy había fallado esa vez, pero no cejó en su empeño criminal. 

Cary Campbell fue su próxima víctima el 12 de enero de 1975. Tiempo después, el cadáver de la mujer sería encontrado con trazas de violación y el cráneo destrozado. En la región donde se localizó aquel cuerpo pronto fueron descubiertos otros dos cadáveres. Pertenecían a quienes en vida fueran Susan Rancourt y a Linda Healy, y mostraban signos de haber sufrido una muerte brutal. 
Meses después, en Colorado, se ubicaron otros cinco cuerpos femeninos con trazas de similar vandalismo.

El 16 de agosto de 1975 el maníaco conducía su automóvil y no se detuvo frente a una comprobación policial de rutina. Lo persiguieron y, tras arrestarlo, detectaron dentro de su coche elementos sospechosos que justificaban conducirlo ante un Juez, pues en el interior del maletero guardaba una barra de hierro, una máscara de esquí, unas cuerdas, y un rollo de alambre. Pensaron al principio que se trataba de un ladrón.

Sometido el 2 de octubre a una ronda de identificación lo desenmascararon como el agresor de Carol DaRonch, y también como el sujeto que fuera observado con varias víctimas momentos previos a sus decesos. Antes de comenzar su proceso criminal logró fugarse. Lo capturaron de inmediato, aunque más tarde volvió a evadirse.

En el intervalo que duró su vida de prófugo continuó violando y matando. 
Atacó a jóvenes mujeres en una residencia estudiantil, y luego vejó y asesinó a una adolescente de doce años. Una vez más lo aprehendieron y lo llevaron a juicio. En el curso del procedimiento penal pidió, y obtuvo, el derecho a defenderse por sí mismo.
Disfrutaba con sus actuaciones mediáticas y al sentirse centro de la atención pública. No obstante, poco podía hacer para evitar la condena. Las pruebas en su contra resultaban aplastantes. Entre otras evidencias, un odontólogo forense demostró que su dentadura casaba exactamente con las marcas de los salvajes mordiscos impresos en las nalgas de una víctima. Hallado culpable se lo condenó a la pena capital por catorce homicidios especialmente agravados.
Durante su encierro trató de retrasar al máximo el instante de su ejecución. Pretendió haber perpetrado más asesinatos que los acreditados. Suministró datos falsos e inventó detalles, a fin de ganar tiempo con la frustrada búsqueda de esas posibles víctimas. Llegó al colmo de proponer ayudar a la policía en la resolución de otros asesinatos seriales cuando el caso de los "crímenes del Río Verde", una secuencia de homicidios violentos contra prostitutas, tenía desconcertados a los investigadores.

Su hora final llegó el 24 de enero de 1989. Tras varias apelaciones y alargaderas, Ted Bundy expiró ejecutado en la silla eléctrica. A los psiquiatras que le examinaron durante su última estadía carcelaria les aseguró que mataba para vengarse de su madre, y que elegía a sus víctimas por su parecido con una antigua novia que lo había despreciado.


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